Siempre le había producido un
sentimiento extraño pero especial a la vez, para Elisa sus mentes eran todo un
misterio, tan increíblemente sencillas como complejas, tan básicas como sabias,
tan llenos de ternura como impacíbles a una caricia, realmente nunca se quedaba
indiferente ante su sencilla normalidad o sus diferencias tan diferentes a los
demás.
Quizás el resto del mundo vieran de forma distinta a todas esas
personas, pero a ella les fascinaban en cierto modo, no sabría como explicarlo
pero así era.
Tenía especial interés en un caso
en particular, se trataba de un joven al que conocía desde hacía algunos años,
bueno realmente desde que comenzó a trabajar en aquel centro de educación
especial. Desde su llegada ese joven le había impresionado; él estaba en la
puerta de entrada cuando ella llego en
su primer día de trabajo a ese lugar, la miraba desde lo alto de las escaleras
de entrada y no dejo de mirarla en ningún momento y cuando Elisa estuvo a la
misma altura de él, esté le dijo:
- Se quien eres tú y tú sabrás quien soy yo.-le dijo aquel muchacho de
ojos verdes oscuros.
En ese instante Elisa sintió una extraña sensación que recorrió todo su
cuerpo, no se trataba de nada desagradable todo lo contrario, pero era algo que
jamás había sentido en toda su vida.
A lo largo de sus casi ocho años de trabajo con tantísimas personas de
edades diferentes, desde pequeños de cinco años hasta mayores de sesenta años,
había aprendido muchísimo de cada uno ellos y sobre todo, aquellas personas le
habían echo enriquecerse interiormente, tanto que a veces se sorprendía ella
misma de su manera de ver las cosas cotidianas, la vida y hasta la muerte.
En varias ocasiones tuvo conversaciones bastantes intrigantes con Martín,
aquel joven de la puerta de entrada, a veces lo veía sentado a solas en un
banco del jardín y Elisa se solía acercar para hablar con él.
Una de aquellas tardes donde ya el invierno empezaba a dormirse en su frío
sueño y comenzaba a desperezarse ante la luz del sol la aletargada y soñolienta
primavera, Elisa bajo a sentarse con Martín, deseaba hablar un rato con él.
-¡ Hola, Martín !, ¿ qué haces tan solo?.- le preguntó Elisa.
_ No estoy solo.- contestó Martín.
- ¿ Ah, no, y con quien estas?.- le volvió a preguntar Elisa.
- Estoy contigo.- le dijo.
A veces parecía tener la mente más aguda y sagaz de lo que Elisa podía
pensar; Martín era una de las personas más enigmáticas que conocía, tenía
periodos de tiempo en los que no hablaba con nadie y parecía no importarle nada
de lo que ocurría a su alrededor, como tan pronto estaba tan comunicativo que
sorprendía incluso por su sociabilidad. Aquella tarde era una de esas en las
que él estaba dispuesto a conversar de lo que quisieras, Elisa decidió
aprovechar la ocasión.
- Bueno, veo que hoy te encuentras de muy buen humor, puedo hacerte una
pregunta Martín.- le dijo ella.
- Si puedes.- contestó él.
- Martín, me gustaría saber una cosa, he observado que a veces no
duermes bien, también que hay momentos que dejas de hablar con todo el mundo y
que de repente puedes hablar y hablar con cualquiera sin más; ¿ porqué?. - le
preguntó Elisa.
El pareció no haberla escuchado pues se quedo mirando fijamente hacia la
fuente decorativa que había en aquel jardín, pero al cabo de unos minutos dijo:
- Nada sabes de mis sueños, nada sabes de mis momentos de silencio, nada
sabes sobre mí. - le contestó.
Era cierto, después de conocerlo durante tanto tiempo realmente no sabía
como era en realidad; si se paraba a pensar en ello tenía razón no lo conocía.
- Es verdad, pensándolo bien eres un desconocido aunque te conozca desde
hace ocho años, por ese motivo quisiera saber algo más de ti si es posible, me
gustaría que me contaras algo sobre lo que sientes y piensas.- le dijo Elisa.
Martín se volvió hacia ella y la miró fijamente, penetrando con sus ojos
verdes los ojos de Elisa y entonces contestó:
- Soy un hombre lleno de cosas y vacío a la vez, mi mente a veces se
encuentra lucida y otras sin embargo es como la de un bebe que nada conoce, que
nada sabe, que depende de los demás, sólo quiero que el destino me acepte pues
el hizo que yo fuera así.- dijo sin más.
- ¿Porqué, hay momentos que guardas un largo silencio?-preguntó Elisa.
- Simplemente no tengo nada que decir.- contestó.
- ¿Porqué duermes tan poco?.- volvió a preguntar ella.
- Los que son como yo dormimos poco, además tenemos sueños muy extraños.-
contestó Martín.
- Quiero que sepas una cosa de todos los que somos así, algunos tienen
la mente de un bebé, otros no pueden expresar lo que sienten, algunos están
perdidos en su propio interior, hay quienes parecen locos pero en realidad son
sabios atrapados en la cárcel de su propia sabiduría, y los que simplemente
tenemos momentos de una lucidez ilógica para volver a caer en los sótanos de la
más sórdida oscuridad. Pero todos nosotros somos almas valientes que nos
enfrentamos a está vida como vosotros, con nuestras limitaciones como vosotros
y que sólo queremos ser felices y que nos quieran como vosotros; así que dime
mi querida Elisa, ¿dónde está la diferencia entre vosotros y nosotros?, todos y
cada ser humano somos mundos diferentes, por eso te preguntó, ¿piensas en serio
que puedes ayudarme o puede que sea yo quien te ayude a ti?.-y a partir de ahí
Martín volvió a guardar silencio.
Elisa, no supo que decir, se quedó perpleja y sin dejar de mirar a Martín
vio como esté se levantaba del banco, comenzó a caminar y desapareció en el
jardín.
A la mañana siguiente repuesta un poco de su conversación de la tarde
anterior, preguntó por Martín a la supervisora, está le dijo que esa misma
noche aquel joven murió y que le encontraron una especie de nota entre sus
manos que iba dirigida a ella; en aquel papel se podía leer:
Sé quien eres tu y tu sabes quien soy yo, cada uno de nosotros formamos
parte del otro, somos un todo, por eso nunca olvides que los que crees que
somos menos que vosotros, os sorprendan siendo iguales.